Analizar el norte de México –a partir de sus elementos paisajísticos, climáticos, ecológicos, arquitectónicos, sociales y culturales en su totalidad– es una tarea compleja, difícil y ardua, que demanda mayores recursos financieros, tecnológicos, humanos y sobre todo, un mayor tiempo. Quizá sea una labor imposible de realizar debido, en gran medida, a la cantidad de asentamientos y lugares de interés; también a la diversa tipología y a un factor no menos importante: las posibilidades de accesibilidad tanto en cuestiones geográficas como de seguridad. Son sitios que, de a poco, se han ido contaminando por el incremento de la demanda de estupefacientes en los Estados Unidos y que, por la posición geográ- fica de estos estados, se han convertido en un blanco estratégico para prácticas de cultivo, producción, almacenamiento y tráfico. Aunado también a estas cuestiones de seguridad, se tiene un verdadero conflicto con las políticas públicas, pues desde el año 2006 se comenzó con programas de apoyo social que perturban los estándares originales de la arquitectura tradicional; programas sociales como “Piso firme” se han dado a la tarea de eliminar los pisos de tierra, que para el caso de la arquitectura tradicional, más que representar pobreza son un símbolo de autenticidad y van alterando lo tradicional.